24 de octubre de 2009

LA MARCA DEL CAFRE


No contestó a mis bromas, las que siempre le gasto cuando llego los sábados después del inglés. Entré en la cocina y le pregunté por la semana.

-Bien, musitó. Mi marido…
-¿Qué le pasa a tu marido?

Apartó la mirada de la tabla de planchar y levantó el pelo del rostro dejando a la vista los moratones. Se abrazó a mí y rompió a llorar. No sé si fueron segundos o minutos, pero a mí me pareció que el tiempo se había detenido en aquel momento y que, en aquel instante, nos encontrábamos solos en el mundo.

-Los golpes duelen, me dijo con la voz entrecortada, mientras pasaba el dorso de su mano por sus ojos, pero no puedo aguantar más lo que me dice.

Me relató las vejaciones que soportaba todos los días en casa y que se encontraba decidida a dejarlo. Le dije si necesitaba algo, pero hizo un gesto negativo, recogió la plancha y salió de la cocina con la ropa en dirección a mi cuarto para después despedirse hasta el martes. No reparó en el dinero que estaba sobre la encimera.

Al llegar al Iturralde, sólo estaban Iñigo y Cris. Iñigo, me habló del partido del domingo pasado y de como el Levante nos había devuelto a la realidad, Cris, especulaba sobre el evento cultural de la city , que según Mitxel Ezquiaga ,en su columna del periódico, podía suspenderse, pero mi mente se encontraba en otro lado. Tomé el zumo y el croissant, pero no me supieron a nada y dirigí mis pasos a la Bretxa.

Haritz

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