6 de marzo de 2011

EL PROCESO



Me gustan las primaveras, porque son un chorro de vida, en cambio, a medida que el otoño avanza, me envuelve la melancolía porque la repetición del ciclo natural me resulta eterno. Con los procesos de paz me ocurre igual. Cuando se abren, son una primavera, pero cuando fracasan es como si se nos envolviese un invierno oscuro y frío, que no sabes lo que va a durar ni cuanto sufrimiento añadirá a todo el dolor anterior.

Estoy cansado de la violencia.Toda mi vida he vivido rodeado de ella, pero también lo estoy del bipartidismo y sus intereses, que ha sido incapaz de abordar una solución para este asunto.

Muchos años soportando un aguacero de lágrimas y dolor con pequeños paréntesis, en los que se dibujaba un arco iris, pero que al poco se resquebrajaba y se sustituía, de nuevo, por un jirón negro en el horizonte.

Procesos de paz he conocido unos cuantos, todos fracasados, casualidad y, por eso, con los años me he vuelto escéptico.

Ante un proceso como el iniciado y viendo experiencias pasadas me pregunto ¿por qué en otros lugares, como en Irlanda, los procesos avanzan y aquí no? No digo que sean idénticos, sólo, me cuestiono el porqué unos avanzan y otros se quedan en vía muerta. ¿Por qué cuando se aborda un proceso de estas características en el Estado español, a diferencia de otros sitios, surge un ruido de fondo, basado, primero, en la búsqueda de vencedores y vencidos y, luego en la descalificación sin dar una mínima oportunidad a la resolución de un conflicto que, guste o no, tiene su base política y a la propia paz? ¿Hay miedo a la paz?

Al poco de realizarse la declaración de Bruxelas, oí a Brian Currin, en un acto en el Kursaal, que la solución al problema irlandés se empezó a tejer en época de Margaret Tacher y que el tema llegó hasta Tony Blair, para concretarse en la famosa declaración de Downig Street. Se trataba de primar, por encima del interés de los partidos, la resolución del conflicto y todos arrimaron el hombro. Esto me resulta impensable por estos pagos con una democracia de bajo nivel y un sistema sometido al cortoplacismo y al rendimiento electoral inmediato.

Con el respeto a todas las sensibilidades, la paz pertenece a toda una sociedad y a sus futuras generaciones, que tienen el derecho a recibir un país con un conflicto político resuelto, pero ello, no debe significar primar la amnesia histórica, esto es, olvidar sino todo lo contrario, recordar para que nunca vuelva a ocurrir. Una paz cerrada en falso, no es una paz.








HARITZ