Una vez me preguntaron por mi recuerdo
más antiguo y a mi mente acudió una tarde, en la que, yo, agarraba una mano de
mujer, la mano de una tía mía, que, como nuestros padres trabajaban, nos había educado
a todos en casa siendo yo el más pequeño con diferencia. Era una mano larga y huesuda con un anillo y una piedra verde engarzada,
una mano blanca, que sobresalía de la manga de un abrigo azul oscuro y en cuya solapa brillaba
un lazo con diminutos brillantes negros, mientras que de la otra, asido,
colgaba un bolso acartonado de cuero.
Hacía frío. Estaba oscuro y, yo, a pesar de levantar unos palmos tiraba con fuerza de aquella mano. Recuerdo luces amarillas, caballos blancos, música, chillidos de otros niños y mucha gente, rostros que son , hoy, para mí una mancha oscura, personajes mágicos de barbas con coronas de purpurina y caramelos, una lluvia de caramelos.
Hacía frío. Estaba oscuro y, yo, a pesar de levantar unos palmos tiraba con fuerza de aquella mano. Recuerdo luces amarillas, caballos blancos, música, chillidos de otros niños y mucha gente, rostros que son , hoy, para mí una mancha oscura, personajes mágicos de barbas con coronas de purpurina y caramelos, una lluvia de caramelos.
Todos los cinco de enero, cuando, todavía, sin convicción porque no corren tiempos felices, nos deseamos la felicidad, como si fuera Harry Haller en el teatro mágico, me gusta abrir esa puerta de mi memoria y regresar aquellas noches mágicas y a los amaneceres en las que, descalzo, correteaba por el pasillo hasta la sala y desde allí despertaba a todos gritando – Levantaros todos, que ya han venido- y, atónito, contemplaba desde la puerta como sobre los zapatos de toda la familia había paquetes y cajas envueltos en papeles de todos los colores.
Ya nada será igual. Cada cinco
de enero, también, veré unos paquetes envueltos
con cariño y con amor, que nadie habrá querido tocar destinados
a un niño que murió atropellado por una
cabalgata que era de la ilusión y se convirtió en desesperación y mientras ,de nuevo, escuche la música de las trompetas anunciar la llegada de sus majestades de oriente, a kilómetros de distancia, sé que en algún lugar de Málaga, por las mejillas de unos padres correrá un
surco de lágrimas. En tu memoria querido amiguito.
Iñigo Oliberos
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