18 de mayo de 2013

EL MAGNICIDIO DEL BELLAS ARTES














Cuentan que hubo un tiempo en el que el cielo, las escuelas, los centros oficiales y los hospitales eran grises. Los policías,  para ir a juego,  vestían de gris y en los  inviernos llevaban un abrigo,  largo y grueso, también, gris. 

Sí, en aquel tiempo todo era gris, pero, algunos días, ya grises de por sí,  lo  eran,  aún, todavía, mucho más. En esos días, el  cielo amanecía de gris  ceniza,  poblado de nubes de un grisáceo negro, cargadas con agua, que, en cuanto los pelotones de fusilamiento terminaban de  ejecutar su macabra  misión, derramaban una lluvia lenta  como el  llanto de los viejos. Pero, como os digo,  todo lo que cuento lo hago de oídas porque  lo  escuché de pequeño y, quizás, mi imaginación, con el paso de los años, lo haya deformado.


En  aquel entonces, el frío de los inviernos penetraba hasta el tuétano  y la gente, los domingos por la tarde, acudía a los cines. Daba igual  que fuera  Estrellita Castro,  Miguel Ligero o Luis Mariano, quienes apareciesen en la pantalla porque, allí,  apretujados, los unos con otros, se calentaban.

Uno de aquellos cines  era el Bellas Artes, “el Bellas”, ubicado en el barrio de Amara Viejo. Un teatro de verdad con  escenario, foso, concha de apuntador, patio de butacas y, varios pisos, que terminaban en el  paraíso. De niño, siempre me intrigó lo del paraíso, que yo asociaba más a la  gloria celestial  de la que me hablaban los curas, que  al  cine, pero, con el paso de los años, aprendí que, en un paraíso como aquel,  se podía alcanzar  la gloria o lo más parecido a ella, pero, eso, forma parte de otra historia.

En aquel tiempo, acudir al cine tenía un problema, el NODO. Un noticiario, que hablaba de su Excelencia, el Generalísimo. Un señor bajito que, solía venir todos los veranos  a San Sebastián  a pescar atunes en  un yate blanco y  vivía en un Palacio a las afueras de Madrid. Nunca dormía. La luz de su despacho permanecía encendida todas las noches porque, según decían, trabajaba sin descanso por el bien de España.

Antes de proyectarse el noticiario,  todo el mundo  debía  ponerse de pié y estirar el brazo, aunque tuviese una luxación de codo lateral derecho posterior, que duele un huevo, y esto último,  no me lo han contado, es así, duele un huevo  y, aunque, como os digo, todo era gris, sonaba una música, que compuso un guipuzcoano, de Zegama, llamado Tellería  y,  a pesar,  de que todos  estaban dentro de una enorme sala cerrada,  iluminada por lámparas, cantaban algo que comenzaba con cara al sol. A muchas personas, esto,  les parecía que no tenía mucho sentido, cantar algo que empezase con cara al sol  en un sitio cerrado e  iluminado por  luz artificial y  se puso de  moda llegar tarde al cine. Entonces, desde el Palacio de aquel señor bajito, que venía a  todos los veranos  a San Sebastián a pescar atunes en  un yate blanco, se dio orden de que, por sorpresa, se parase la proyección de  las películas, aunque Estrellita Castro estuviera cantando” Suspiros de España”, en este  caso tengo mis dudas de que se interrumpiera la canción, porque todo  lo que sonaba a España y a nostalgia de la patria pesaba, mucho y muy mucho, pero, aquello, solía ocurrir más o menos así  y,  luego, tras cantar cara al sol entre cuatro paredes alumbrados por  la luz de las lámparas, se proyectaba el noticiario.

Una tarde de domingo se interrumpió la película. Caía un diluvio. La  gente, aunque jarreaba, cantó el cara  sol bajo la gran lámpara que iluminaba el patio de butacas y comenzó el noticiario. Nada más aparecer  la imagen  de  aquel  señor bajito que, solía venir todos los veranos  a Donostia a pescar atunes en  un yate blanco y  vivía en un Palacio a las afueras de Madrid y que nunca dormía porque trabajaba por el bien  España, saltó  del patio de butacas un joven delgado, rubio y con gafas, que con un cuchillo de cocina rasgó la pantalla.

Todo el teatro quedó bajo arresto durante horas porque, a pesar de que  se escucharon  gritos de bolchevique, anarquista e, incluso, de  hereje porque aquel señor bajito entraba en las iglesias bajo el palio, también sonaron en medio de la oscuridad aplausos. Enseguida,  por toda la ciudad,  se propagó que habían acuchillado a su  Excelencia, el Generalísimo, pero, no, tan sólo lo habían apuñalado  en la pantalla del Bellas.  

Esto lo oí contar, como os digo, de pequeño en casa y, de eso, hace ya muchos años porque  mis abuelos y sus hijos, entre ellos mi madre, que, iba con una muñeca en brazos y, aún, no me tenía previsto ni remotamente  dentro de sus planes, estaban allí y también, con ellos, medio Amara Viejo,  incluido un vecino de  portal, tranviario, que  libraba algún domingo, que otro y que  envenenó a  el “Pirracas”, nuestro gato,  porque se comió sus sardinas en un viernes de vigilia.
 


Curioso Gobierno  Municipal, éste,  que tenemos  con  Bildu y el resto de partidos en Donostia, que va autorizar, salvo que lo impidamos, la construcción de un hotel de lujo derribando este viejo  teatro. Ya sé que se trata de un edificio privado y todo eso, pero, quizás,  se  podría hacer algo para conservarlo y, de paso, sacarlo de su abandono dándole una  función cultural.  Un cinematógrafo de los más antiguos de Europa, de la época de la gran guerra, diseñado por Cortázar y pieza clave del  ensanche que lleva su nombre. De momento más de diez mil personas hemos firmado contra su derribo.
Iñigo Oliberos